Era una fría noche de otoño. La luna llena iluminaba intensamente el bosque… ¡Ay, no! Vamos a ahorrarnos las descripciones profundas. Con saber que hacía frío y había luna llena tenemos suficiente. Lo romantizamos en otro momento.
Scarlett no podía dormir. Estaba muy alterada por todo lo ocurrido con Erik… y lo peor de todo es que después de la pelea se le había olvidado ir al correo para escribir a su abuela y a su madre… «¡Soy imbécil!», se decía a sí misma.
Estaba bastante decepcionada de Erik y a la vez sorprendida. «¡¿Pero cómo pude ser tan tonta?!». El melenudo se había embolsillado el adorno ese de oro en el castillo y ella ni se había dado cuenta. ¿Qué más habría robado? Por otro lado se sentía tonta… tampoco era tan grave, pero ¿qué tan acostumbrado estaría a robar? Sin embargo, era verdad que los reyes no necesitaban para nada ese adorno, pero de todas formas no estaba bien…
Lo peor de todo era que el melenudo ladrón-mentiroso-desgraciado no había vuelto. Era bastante tarde ya y ni rastro de él. ¡Seguro estaba borracho en cualquier taberna! O robando a cualquier incauto, o ambas. ¿Qué le diría cuando volviera? ¿Y si la echaba? ¿A dónde iría? Tenía que buscar el trabajo esporádico para poder pagar la carreta que la llevaría a Villa Magnolia. Era una situación difícil, no quería estar aquí con el melenudo ladrón ni tampoco quería irse. Detestaba la idea de ver a su abuela. Siempre tenía la opción de volver a Glimmerbrook, pero estaba lejos y necesitaría mucho más dinero para pagar una carreta hasta allá. Tal vez debería marcharse a Brindleton Bay y unirse a los piratas, como su amiga Leonor…
Se puso su capa y salió a pasear un rato por el bosque. No tenía miedo, como dijimos en el curioso inicio de este capítulo, la luna estaba llena e iluminaba bastante. Además, nuestra querida Scarlett no era nueva andando por bosques. Así despejaría un poco la mente… aunque tampoco iría muy lejos porque ya sabemos que últimamente la suerte no estaba particularmente de su lado.
De pronto escuchó voces y no pudo resistirse a acercarse un poco más a ellas. Podría estar muy triste, frustrada y lo que tú quieras, pero la curiosidad la dominaba. Además, quién sabe si eran las voces de unos malvados que planeaban algo oscuro y ella los descubría… Bueno, por el tono no tenía pinta. Afortunadamente el arbusto la cubría bien, aunque las dos personas que hablaban estaban muy ocupadas como para notar su presencia.
Era una pareja, muy romántica, por lo visto. Eso de estar solos a la luz de la luna mirándose a los ojos…
«¿Seguro que no se dio cuenta de que te fuiste?», preguntó el chico
«¡Para nada! Estaba dormido… aunque incluso despierto no se hubiera dado cuenta», respondió ella
«¡Ja! ¿Y los sirvientes?»
«No van a morder la mano que los alimenta»
El chico rio y la abrazó.
«Te echaba de menos», dijo él
«Sí, claro…»
«De verdad…»
«¿Recuerdas la última vez que estuvimos aquí?», preguntó ella y miró hacia el lago
El hombre miró al suelo y sonrió…
«Imposible de olvidar… mi vida empezó ese día»
Empezaron a besarse y a manosearse. Ante esto nuestra querida Scarlett se fue alejando poco a poco sin hacer ruido… lo que le faltaba era ver actos ñiquiñiquiles ilícitos. Por lo que habían hablado no era difícil sacar conclusiones, aunque ella tenía dos teorías: la chica estaba casada y este era su amante ‘bandido’ o su padre le prohibía ver al muchacho. Pero marido o padre algo pasaba con el señor porque decía que no se hubiese dado cuenta de su ausencia. Daba igual, la cosa era que este por lo visto era su lugar ñiquiñiquil y Scarlett no estaba de humor… Aunque ahora que lo pensaba… ¿Clara y el zapatero tendrían un lugar ñiquiñiquil en el bosque de Glimmerbrook? Se echó a reír por su propio pensamiento… ¡Qué imagen! ¡Santo Plumbob!
Pero las risas duraron poco. Un largo y lejano aullido la sobresaltó… Nunca se acostumbraría a escuchar aullidos en pleno bosque. Podría ser todo lo común de la vida, pero para ella eso significaba que era momento de irse a casa. Con su suerte se encontraría con un depredador y adiós, Scarlett. ¿Qué epitafio pondría su sepultura? ‘Aquí yace Scarlett Hood, ávida lectora y aventurera novata de mala suerte’. Bueno, podría ser peor…
Iba camino a casa lo más rápido que podía cuando escuchó una voz. «Ay, ay, ay. ¡Croaaaaaack! Duele, duele, duele». Nuestra querida protagonista se acercó a lo que parecía ser un pedazo de árbol… Dentro había un animal y no parecía estar en las mejores condiciones…
Se acercó con la intención de agarrar al animal, pero recordó a aquel conejo malhumorado que se había encontrado de camino a Windenburg. Cuánta razón había tenido el condenado y qué mal lo había tratado ella. Antes de tocarlo decidió hablarle…
«¡Hola!», dijo. «¿Necesitas ayuda? Me llamo Scarlett»
«Duele, duele, duele…»
«¿Qué te duele? ¿Puedo ver?»
«¡Duele! Mira…»
Scarlett vio que el animal se movía… No sabía muy bien qué era, pero por su voz parecía un sapo o una rana…
«No puedo verte bien… ¿Puedo sacarte de allí?», le preguntó
«Me harías un favor… ¡Croaaaaaack!»
Scarlett sacó al animalito, que resultó ser un sapo.
«¿Qué te pasó?», le preguntó
El sapo movió una de sus patas para que viera. Tenía una pequeña herida, no parecía grave… pero a saber.
«Duele», repitió el animal mientras le mostraba la pata y giraba su cara a un lado en modo dramático
«¿Cómo te hiciste eso?»
«No sé… vi mi cara y me asusté… ¡Duele! Salté y… no sé»
«¿Te asustaste con tu propia cara?»
«Creo que era mi cara… no sé. No me he visto en mucho tiempo. ¡Croaaaaaack!»
Scarlett tuvo que aguantar la risa. El sapo estaba un poco loco. ¡Asustarse con su propia cara!
«¿Cómo te llamas?», preguntó
«¡No sé!», chilló el sapo
Esto confirmó que no estaba muy bien de la cabeza. Scarlett había conocido a muchos sapos en Glimmerbrook y todos tenían nombres. Tal vez los sapos de Windenburg eran diferentes…
«Algunos me llaman Raro o Zoquete… Pero yo prefiero No sé», dijo el sapo
«¿Cómo? O sea que te llamas literalmente ‘No sé’…»
«Es que me lo preguntan y como no sé, pues creo que es mejor llamarme No sé ¡Croaaaaack! Pero es lo que digo, Raro y Zoquete son más populares entre el resto»
«¿El resto de los sapos?»
No sé asintió.
«Ehhhh… bueno, yo te llamaré No sé, si es tu preferido. ¿Quieres venir a casa conmigo? Tal vez pueda curarte»
El sapo asintió y dijo otra vez: «¡Duele, duele, duele!»
Una vez en la cabaña, Scarlett improvisó una casa para el sapo. Le limpió la pata lo mejor que pudo y se dio cuenta de que la herida era mínima, de verdad no era grave. Seguro sanaría sola en un par de días, pero el pobre
No sé seguía diciendo que dolía. Para semejante dolencia nada mejor que un placebo…
Sacó un cuenco vacío y fingió que pasaba un pañuelo en su inexistente contenido. Paso el pañuelo suavemente por la patita del animal.
«Pronto estarás bien», prometió. Lo guardó en la improvisada casa y la puso en la mesa al lado de su cama.
Erik seguía sin dar señales de vida.
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