La Duquesa repasó la receta. Se la sabía de memoria, igualmente, pero jamás la había preparado. En realidad daba igual, la poción de la verdad no solo era difícil de hacer, sino que sus resultados eran como la verdad misma: relativos. Aunque era mejor eso que nada…
Mezcló los ingredientes en silencio y recordó cuando había inventado aquella poción ‘especial’… Esa poción que tanto bien y tanto mal le había hecho a ella, a Benji y a otras personas…
Sabía que su plan no era el mejor, pero ¿qué otra opción tenía? Esa muchacha de ojos violeta no le inspiraba confianza. Tampoco podía atacarla de frente porque seguramente se defendería… y si tenía magia activa no podría hacer nada contra ella…
Dejó reposar la mezcla antes de añadir el resto de los ingredientes y se acercó a las pociones que tenía preparadas: la del sueño y la de la confusión. Estaba claro, primero la del sueño, la cual echaría al aire como un perfume. La muchacha se dormiría y al despertar le daría la poción de la verdad acompañada con gotas de la poción de sueño para mantenerla atontada. Finalmente, después de que hablara, le daría una dosis fuerte de la poción de la confusión y otra dosis de la del sueño. Cuando la chica despertara ya ella habría llamado al médico y estaría muy preocupada por ese súbito desmayo sufrido por la supuesta costurera…
Le vino a la mente su último encuentro con Benji. Estaba más imbécil que nunca… Sinceramente ella llegó a pensar que no volvería de su viaje, pero no tenía sentido… por supuesto que regresaría, sobre todo porque era el heredero al trono.
La Duquesa había estado bien sin su presencia, pero él había vuelto, la había buscado y ella había caído en sus brazos una vez más… La primera vez había sacado provecho, aunque en el camino había perdido a Amarantha.
Recordó el inicio de todo, aquellos años en los que todavía llevaba cejas Maxis Match. Había llegado a Windenburg con Amarantha, su amiga de toda la vida, su hermana prácticamente. A los días había conseguido trabajo en una frutería con una mujer despiadada que vivía con el moodlet de enfado activo constantemente.
Una fría tarde la odiosa mujer le encargó hacer una entrega al otro lado del bosque. Llegó a tiempo, pero se perdió al regresar. Tuvo la suerte de que un muchacho llamado Benji, un cazador que trabajaba para la Reina, la ayudó a regresar sana y salva al pueblo.
Desde ese día empezó a encontrarse con Benji prácticamente todas las noches. Era tan encantador y dulce con ella. Siempre le contaba sus aventuras de cacería y casi todas las noches le daba algún regalo. Al principio, Isabella, como era conocida en ese momento, se quedaba sorprendida por los regalos, pero asumía que trabajar para los Reyes tenía sus beneficios.
No se guardaban secretos el uno al otro, o eso creía ella. Le había contado que era una bruja… bueno, más bien una especie de media bruja. No tenía poderes activos, pero sí que era buena en pociones. Fue él quien la animó a meterse más en ese tipo de magia. Él mismo recogía ingredientes para ella y le traía libros con nuevas recetas.
Ella le contaba lo que sufría a manos de su horrible jefa, sus gritos constantes y la humillación a la que la sometía. Fue Benji quien le abrió los ojos: «No tienes por qué tolerar eso, y menos con tus habilidades».
Así fue como Isabella empezó a idear aquella poción ‘especial’. No sabía si funcionaría, pero no perdía nada al intentarlo. El ingrediente clave era la simbelladona, que no era nada fácil de encontrar. Sin embargo, una vez más, Benji había salido al rescate y se había aparecido con la famosa planta.
Isabella había probado la fórmula varias veces con su querida jefa. Le echaba la poción en la bebida que esta le obligaba a prepararle. Al inicio solo la mareaba, pero luego logró que hiciera tareas que ella le sugería: barrer, recoger. Sin embargo, el efecto duraba poco y a los diez minutos la mujer volvía a la normalidad y le gritaba a Isabella para que continuara el trabajo.
Con el tiempo y después de muchos ensayos, Isabella descubrió que si le daba la poción a la mujer y ella también bebía una mezcla similar, pero que llevara ‘algo’ de su jefa (un cabello, por ejemplo), podría controlar sus acciones durante un tiempo. Así fue como su queridísima jefa se encontró a sí misma dándole un aumento de sueldo a su empleada. Posteriormente, ya sin los efectos de la poción, la mujer se negó a pagar dicho aumento y amenazó con despedirla.
A Isabella no le importó, puesto que la mujer seguiría siendo su conejillo de indias… Pronto llegaría el día en que dominaría su voluntad por completo.
Un par de semanas después, la amargada mujer envió a Isabella a hacer una entrega muy especial al castillo. Por lo visto los Reyes iban a celebrar el cumpleaños de la Reina y habían encargado una cantidad absurda de manzanas.
«Para que veas que te doy un voto de confianza», chilló la mujer. «No metas la pata y ten cuidado con la cocinera, una tal Davina, es una asquerosa. Te quejas de mí, pero esa vieja es una desgraciada…»
«Yo jamás me he quejado de usted»
En realidad, Isabella sabía que su adorada jefa tenía problemas de espalda y cada vez hacía menos entregas porque no podía llevar la carreta.
Hizo la entrega rápido, pues su idea era sorprender a Benji. Nunca había estado en el castillo y estaba fascinada con lo poco que había visto. La tal Davina no parecía tan mala, pero sí un poco seca. Se atrevió a preguntarle si sabía dónde podría encontrar a Benji, el cazador.
«¿A quién?», dijo la mujer
«Benji, es uno de los cazadores de los Reyes»
«Yo qué sé, muchacha. ¿Sabes cuántos pasteles de manzana tengo que preparar? ¿Sabes el caos que hay en el castillo?»
La Duquesa embotelló la poción y se rio de sí misma al recordar cómo se había puesto a deambular por el castillo, no tanto en busca de Benji, sino por la belleza del sitio. Era la primera vez que veía un lugar tan grande y tan elegante. Soñaba con vivir en un sitio así y no en la asquerosa pensión en la que vivía con Amarantha.
Guardó la poción de la verdad y se sirvió una copa de néctar. ¿Cómo reaccionaria su yo de hace años si le dijera que hoy tenía absolutamente todo lo que deseaba?
Se vio a sí misma por el castillo, tan contenta. Nadie le preguntó nada, ya que había tanta gente que de seguro pensaron que era una sirvienta más. Aún quería encontrar a Benji, pero la idea había pasado a segundo plano, sobre todo cuando vio a una mujer vestida de rojo.
Supo al instante que era la Reina, tan perfecta, tan elegante… Pero lo que le sorprendió fue el chico con el que hablaba. ¡Era Benji! ¿Pero qué ropa era esa tan elegante? ¿Y ese pelo? ¿Por qué hablaba con la mismísima Reina? ¿Le interesaba la cacería a la mujer?
Le pareció curioso hasta que dos hombres se unieron a la conversación de Benji con la Reina. Se quedó petrificada ante lo que veía… No entendía… No podía ser…
¿Dos Benjis? ¡¿Qué?! No, no tenía sentido… El otro hombre, el de verde, era él… era Benji… su Benji… Esa ropa elegante esa cercanía con la Reina. ¿Y el hombre de azul? Tenía que ser Rey seguro… Pero ¿quién era ese otro chico, el que era igual a Benji?
Se quedó petrificada. Ahora todo encajaba… los regalos caros, los encuentros siempre en el bosque o en el pueblo, pero al caer la noche. Sabía que los Príncipes eran gemelos, pero no los había visto jamás… ¿Benji, un Príncipe?
Minutos después el hombre vestido de verde, su Benji, se alejó del grupo y se dirigió hacia otra habitación.
Isabella lo siguió. Esto no se iba a quedar así.
La Duquesa tuvo que sentarse. Iba ya por la cuarta copa y en vez de estar más tranquila estaba cada vez más triste. ¿Por qué estaba recordando todo esto? ¿Qué sentido tenía?
Pensó en todo lo que pudo hacer diferente. Por ejemplo, enfrentarse a él ese día…
Benji se dirigió hacia otra torre y ella lo había seguido a cierta distancia. Esperó un par de minutos y llamó a la puerta.
«Adelante»
«Alteza», dijo ella al entrar sin preocuparse en cambiar la voz. Él estaba sentado de espaldas a la puerta. «La Reina envía una copa de néctar»
Él no se molestó en girarse hacia ella. ¿No le había reconocido la voz? ¿En serio?
«¿La Reina… qué? En fin, déjala en la mesa»
«¿Su Majestad requiere algo?», preguntó mientras trataba de controlar la furia
«Puedes irte»
«¿Y Benji? ¿Benji necesita algo?»
El hombre se levantó en menos de un segundo y finalmente la miró a la cara. Si estaba sorprendido no lo parecía. Isabella solo veía rabia en su rostro.
«¿Qué haces aquí?», chilló. Adiós al dulce y amable Benji
«¡Qué manera tan grosera de saludarme! ¿No crees? ¿O es que su alteza real no tiene modales?», respondió ella
«Ahora no puedo hablar. Vete. Te veo en el bosque mañana en la noche»
«¡No pienso ir a ninguna parte! ¿Cómo es posible…? ¿Cómo pudiste mentirme así?»
«Isabella, por favor, ahora no…»
«AHORA SÍ. ¿CÓMO ES ESTO POSIBLE, BENJI? ¡JA! SI ESE NI SIQUIERA ES TU NOMBRE. SOY UNA IMBÉCIL»
«¡Deja de gritar!»
«VOY A GRITAR LO QUE HAGA FALTA HASTA QUE ME DES UNA EXPLICACIÓN»
El Príncipe se acercó a ella con una cara de odio que le dio bastante miedo. La miró de arriba a abajo y dijo muy calmado:
«Sigue gritando y quien va a tener que dar explicaciones serás tú cuando llame a mis guardias. En este momento tienes todas las de perder, pero tendrás mucho que ganar si te callas y te largas. Te veo mañana en el bosque»
La Duquesa empezó a reírse sola de su propia estupidez, pero un ruido la interrumpió. Miró alrededor, pero no vio absolutamente nada. Seguramente sería una rata… la gata esa inútil que tenía su marido bien podría encargarse de esos animales, pero no…
Se sirvió otra copa de néctar. Por supuesto que al día siguiente había esperado a ‘Benji’ en el bosque. Estaba furiosa, pero temía que él la mandara a freír llamacornios. Si lo hacía, ya podría decirle adiós a todos los regalos. Recordó lo estúpida que se había sentido en ese momento… ¿Cómo pudo enfrentarse a él de esa manera? ¡Era un Príncipe!
Para su sorpresa, él había llegado pidiendo perdón. Le dijo que su nombre era William Frederick Benjamín Wenceslao… Un nombre ridículo, como todo en su familia. De pequeño su hermano lo apodaba Benji y por eso le había dado ese nombre.
La abrazó y lloró en sus brazos durante un rato. Le dijo que no quería perderla, que no había sabido cómo contarle la verdad y que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para que lo perdonara.
Isabella se quedó con la última frase.
El Príncipe le contó toda la presión a la que estaba sometido desde niño por ser el heredero al trono. Su vida estaba planificada desde el momento de su nacimiento. Solo era libre cuando pasaba tiempo con ella.
Le había prometido que no volvería a mentirle. Ella, por supuesto, fingió que le creía y se lo llevó al arbusto más cercano.
Siguieron como si nada hubiese pasado, pero en uno de sus encuentros Isabella le hizo recordar que él le había dicho muy claramente que haría cualquier cosa por su perdón. Y fue así como aquel día nublado la futura Duquesa de Chickenlorn le pidió al Príncipe que la ayudara a comprar una casa. Estaba cansada de vivir en una pensión y sabía que su hermana también, aunque no se quejaba.
Él accedió. Nada muy elegante, le dijo… «O mis padres sospecharán». Ella sonrió.
A los pocos días se reunió con Amarantha. Vivían juntas en la pensión pero casi no coincidían por sus horarios. Amarantha trabajaba de asistente de un brujo y también era su aprendiz. Ella sí tenía poderes activos y era toda la bruja que Isabella nunca sería…
Le contó a su hermana que tenía en la mira una casa muy bonita que tenía una torre. Era ideal para las dos y bastante espaciosa para los libros de ambas y para practicar magia.
«¿Y cuál es el pero?», había preguntado Amarantha divertida. «¿Está llena de fantasmas? ¿Se le cayó el techo?»
Ambas sabían que no podían pagar nada más que no fuera la pensión, pero Isabella tenía muy claro lo que iba contarle sobre el origen del dinero.
Le contó que su queridísima jefa se había ofrecido a hacerles un préstamo. La realidad es que Isabella nunca le contó a su hermana los maltratos que vivía a manos de su jefa. Sabía que Amarantha trabajaba con un brujo que no solo la trataba de maravilla, sino que le enseñaba todo lo que sabía de magia.
Como ella no quería ser menos, siempre le dijo que su jefa era una santa. Amarantha se sorprendió mucho con lo del préstamo e insistió en ir a agradecer a la mujer, pero Isabella le dijo que su jefa no quería agradecimientos.
«Ya sabes cómo es. Es un amor de persona, pero es muy seca. Dice que descontará unos cuantos simoleones de mi salario para ir pagando el préstamo»
Acordaron que Amarantha también pagaría parte del supuesto préstamo cada mes.
Isabella sonrió. Guardaría ese dinero para alguna emergencia.
Y así fue como un mes más tarde, Isabella y Amarantha se mudaron a su nueva casa en Windenburg. Una casa patrocinada nada más y nada menos que por el mismísimo Príncipe heredero… aunque eso Amarantha no lo sabría nunca.
Isabella estaba contenta. Por una vez era ella quien había logrado algo por las dos y no Amarantha.
Ahora solo había que esperar y ver qué tan lejos podía llegar con el príncipe William Frederick Benjamín Wenceslao de Windenburg.
Las lágrimas cayeron por el rostro de la Duquesa. Sí que había llegado lejos con él… A distancias que jamás hubiese imaginado…
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