En una adorable e idílica cabaña cerca del bosque de Glimmerbrook, la costurera del pueblo, Emma Hood, estaba bastante ocupada con los vestidos de las hijas de la carpintera. Fue un encargo de última hora, los cuales siempre son bienvenidos porque implican dinero extra.
Emma decide tomar un descanso, tiene los dedos entumecidos, y el estómago le ruge. ¿Dónde estará Scarlett con las especias y los frijoles? Se levanta y decide finalmente mirar el correo. Esta mañana, contra todo pronóstico, habían llegado varias cartas. Últimamente llovía mucho y eso retrasaba a las palomas mensajeras.
Emma miró las cartas: facturas, facturas, su prima Pacalisconia escribiéndole desde Sunset Valley, y una carta de… ¡Por la Señora que nos controla! ¡No puede ser!
¡Era una carta de su suegra! ¡No podía creer lo que leía! Tenía muchísimos años sin saber nada de esa señora… Y ahora venía con esto… Se alegraba por su hija… era una gran oportunidad, la oportunidad que ella tanto había deseado y nunca tuvo. Su vida hubiese sido tan diferente… no estaría haciendo vestidos a las hijas de nadie… Un sonido la interrumpió. Era Scarlett y las ovejas-perro.
Scarlett puso la cesta con las compras sobre la mesa y se sentó. Estaba agotada de tanto caminar.
«¡Mamá! ¿A que no sabes quién se casa?», soltó con tono misterioso.
«¿Quién?», preguntó Emma.
«¡El zapatero!»
«¡¿El zapatero?! Pero… pero si tiene como 40 años viudo… ¿Con quién se casa?»
«¡No te lo vas a creer! ¡Con Clara Villapálida!», respondió Scarlett y se echó a reír.
«¡Pero si tiene tu edad! ¿Cómo se va a casar con ese señor que está mascando el agua?»
«Pues casándose. Y quiere que le hagas el vestido de boda…»
A Emma se le pusieron los ojos de simoleones. Los vestidos de boda solían ser carísimos y la familia de Clara era muy pretenciosa y aunque tuvieran poco dinero siempre querían aparentar. Seguro le pagarían bastante por el vestido.
«Yo encantada se lo hago», dijo finalmente.
Scarlett rio.
«Caperucita… yo también tengo noticias», dijo su madre. «Ha escrito tu abuela…»
«¡Pero mamá, la abuela Anacleta tiene 15 años muerta!», dijo Scarlett en tono jocoso.
«¡Obviamente ella no! Ha escrito… la madre de tu padre…»
«¡¿QUÉ?! ¿Aún está viva? ¿Qué quiere? ¿Por qué escribe después de tantos años?», preguntaba Scarlett, quien se estaba enfureciendo.
Emma, que no era nada tonta, tuvo que pensar algo en el acto… algo que conmoviera a su hija…
«Tu pobre abuela está enferma, Caperucita. Enferma y sola. Dice que te necesita a su lado así sea durante el invierno… porque no sabe si llegará a la primavera… ¡Ay, la pobre!», explicó Emma.
«Ni que yo fuera enfermera. No pienso ir para allá», respondió nuestra querida Scarlett con voz seca y firme.
«Pero, mi niña, no puedes dejar sola a tu abuelita…», insistió Emma.
Como dijimos al inicio, Scarlett tiene una lengua viperina cuando la provocan, y ya estaba más que provocada. Se levantó de la silla y le dio una patada.
«¡NO PIENSO IR A VER A ESA VIEJA! ¡NO MIENTRAS VIVA! ¡QUE SE MUERA Y QUE ALGÚN VECINO ME AVISE Y VOY ENCANTADA A ESCUPIR SU TUMBA! DE RESTO NO PIENSO PONER UN PIE ALLÍ A MENOS QUE SEA EN SU LÁPIDA».
Una vez gritado todo esto salió de la casa furiosa. Su madre, que era de paciencia corta, fue detrás…
«¡Scarlett Hood!», llamó su madre. «¡No vuelvas a gritar así en esta casa».
«Voy a gritar lo que me dé la gana si mencionas a esa señora. Como te dije, no pienso ir. Ahora déjame… necesito aire»
«¿Aire? ¡¿Aire?! Aire hay en todas partes. Ve preparando tus cosas, mañana partes a casa de tu abuela. No está lejos, en menos de cuatro días puedes estar allí», dijo Emma.
«¿Estás sorda, mamá? ¡NO PIENSO IR! No quiero verle la cara a esa señora. ¿Cuántos años tiene papá muerto? ¡Diez! ¡Diez años! ¿Ha escrito alguna vez en ese tiempo? ¡NO! ¿Y cuándo papá enfermó vino a visitarlo o a ayudarnos de alguna manera? ¡NO! Y por si se te olvida, aún recuerdo la única carta que recibimos de su parte después de que papá muriera. Mira te la recuerdo. Decía: ‘¡Que la Señora que nos controla tenga en la gloria a mi hijo!’. ¿Tú crees que esa es una respuesta digna de alguien que acaba de perder a un hijo?»
Emma se entristeció.
«Por supuesto que lo recuerdo… y precisamente por eso quiero que vayas. Nadie merece morir sintiéndose abandonado por su familia. Tu padre y ella no se llevaban bien, pero sé lo que a él le dolía que ella no estuviese cerca. Scarlett, tu abuela está enferma, está sola y viene el invierno… solo quiere estar contigo. Supongo que es su forma de pedir perdón… Además, será poco tiempo… luego, luego volverás y… y todo será como antes. Siempre dices que te aburres, que todos los días son iguales… Si no quieres hacerlo por tu abuela hazlo por ti misma. Es una nueva aventura, un nuevo lugar», insistió Emma.
«¡Pues vaya aventura de pacotilla! Voy de un pueblo perdido a otro pueblo perdido a cuidar a una vieja malvada hasta que se muera, y luego de vuelta a casa. Será tan impresionante que escribirán epopeyas sobre mis proezas…»
«Pues sí», dijo su madre irónicamente. «Así finalmente tendremos libros nuevos en la biblioteca, y dejarás de releer los mismos cuatro libros»
Como vemos, lo de la lengua viperina era heredado.
«Y más allá de eso, mamá», continuó Scarlett. «¿Cómo pretendes que viaje? No podemos pagar una carreta»
«Tienes dos pies en perfecto estado y estás más que acostumbrada a caminar. Irás andando por el puente del Freezer Bunny. En menos de cuatro días estarás allí. Te prepararé comida y te dejaré dinero para el viaje. La carpintera me ha pagado por adelantado»
«¿Y tú por qué no vienes?»
«Porque tengo mucho trabajo, y lo sabes. Además, tu abuela no ha pedido verme a mí»
Esa noche llovió como nunca antes. Scarlett sentía que el cielo la acompañaba en su dolor. Pero bueno, la realidad era que ya hacía muchos días que llovía, sobre todo durante la noche, y que Scarlett estuviera furiosa, o no, era de nula importancia para la tormenta. En serio, la tormenta tenía mejores cosas que hacer que ser una manifestación del estado de ánimo de una jovencita desobediente, voluntariosa y soñadora…
Scarlett dio vueltas en su cama. Las palabras de su madre retumbaban en sus oídos: «Nadie merece morir sintiéndose abandonado por su familia».
Pensaba en su abuela. La había visto muy pocas veces en su vida, sobre todo porque ella y su padre no tenían buena relación, por lo que la visitaban poco… La idea de verlo todo como una aventura en verdad sí que le atraía, pero en el no tan fondo tenía miedo. Una cosa era leer de aventuras y viajes, y otra muy diferente era experimentarlos.
Finalmente su rasgo de buena había ganado, junto a su practicidad innata. Iría a ver a su abuela… quién sabe, si estiraba la pata, tal vez le dejara algo.
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